Para la clase obrera no existe
el «American dream»
En el corazón imperialista
la explotación y la persecución
ponen al descubierto la infamia capitalista
FRANCO ROSSO
Tar Heel sería un pueblo más del
centro este de los Estados Unidos
sino fuera porque en este lugar,
casi de paso entre los grandes centros
financieros del mundo y las soleadas
costas de Miami, se encuentra la compañía
Smithfield Packing & Co., con su
planta procesadora de carne de cerdo,
la más grande del mundo, en donde trabajan
5.500 operarios. Tampoco esto
tendría nada de especial siendo EE.UU.
la más grande de las economías capitalistas,
pero en este lugar la clase obrera
norteamericana lleva adelante una
lucha que resulta ser testigo de las condiciones
de superexplotación, de la persecución
policíaca del Estado y de la
xenofobia a las que el capitalismo
imperialista la somete. Y, por otro lado,
de la creciente inquietud del nuevo proletariado
que se resiste a esta sofocante
situación y en ese camino acumula
experiencia.
Para comprender mejor a qué nos
referimos es necesario remontarnos a
noviembre de 2006 cuando 12 trabajadores
inmigrantes fueron despedidos
porque sus papeles no estaban «en
regla». Esto desencadenó una lucha,
que desenmascaró los atropellos y la
explotación a la que eran sometidos.
Desde hace diez años la política de
contrataciones de la empresa permite
tomar operarios temporales traídos de la
frontera mexicana. Con sus propios
ómnibus la compañía carga por decenas
a hombres y mujeres que se aventuran a
trabajar en las peores condiciones con
la esperanza de obtener una visa permanente
y la posibilidad de ahorrar
algún dinero para enviar a sus familias.
Estos trabajadores ganan 8 dólares la
hora, el precio más bajo del mercado, sin
servicio social ni garantías de continuidad;
es un sobrevivir día a día que los
somete a la angustia desesperante de no
saber que va a suceder mañana.
Por otro lado, los trabajadores
negros, que hasta ese momento habían
sido la base de la industria comenzaron
a perder sus trabajos a manos de
los latinos, porque estos aceptaban
condiciones de explotación humillantes.
Como residentes permanentes las
necesidades básicas de los negros
(vivienda, alimentación, vestido) hacen
que el costo básico de su supervivencia
sea mayor; además se creía, hasta que
llegaron «the strangers», que la situación
no podía ser peor, viviendo, por
ejemplo, en campamentos de trailers
(casas rodantes) o en viviendas precarias,
las mismas que el huracán Katrina
dejara al descubierto.
Esta situación llevó en los últimos
años a un amargo enfrentamiento entre
trabajadores que impidió la unidad para
luchar. Pero en los últimos tiempos
comenzó a producirse un cambio.
El 1º de Mayo de 2006, en el marco
de la gran movilización que los trabajadores
latinos realizaron por todo el
país en protesta por las nuevas leyes
migratorias propuestas por Bush, 2.000
trabajadores latinos de Tar Heel organizaron
una marcha por la ruta interestatal
que a su paso recogió el reconocimiento
de otros trabajadores, incluso
blancos y negros. El 16 de noviembre
del mismo año se produjo el despido,
como acostumbraba a hacer la
empresa, de doce trabajadores por no
tener sus papeles en regla. En realidad
éstos eran los dirigentes de la marcha
de mayo, que además intentaban organizar
un nuevo sindicato. Pero esta vez
las cosas no fueron igual. En pocas
horas una a una las secciones fueron
parando hasta paralizar por completo
toda la planta: la huelga se había
impuesto, la unidad nacía de la necesidad
común y las diferencias raciales se
superaban en la lucha. Al cabo de una
semana de duro enfrentamiento los trabajadores
fueron reincorporados. Era
el primer triunfo obtenido en años.
En enero de 2007, como todos los
años, los trabajadores negros de EE.UU.
conmemoran el día de Martin Luther
King en el que recuerdan su lucha por
los derechos civiles. Simbólicamente se
realiza un acto y un paro de una hora,
pero en esta oportunidad en Smithfield
las cosas volvieron a ser distintas. Envalentonados
con el triunfo de noviembre,
los trabajadores negros, a los que
se les sumaron los latinos, elevaron un
petitorio y un comunicado de prensa
donde explicaban las intolerables condiciones
de trabajo, con ritmos de producción
que llevan a un altísimo porcentaje
de accidentes, que incluyen
heridas cortantes y paralizantes, junto
con un régimen de control interno
semejante a una cárcel. Estos datos ya
habían sido expuestos por The New
York Time del 15/6/06, pero esta vez
eran los propios trabajadores quienes
explicaban y protestaban por las condiciones
laborales. Así, durante los
meses siguientes la organización sindical
creció, pero aquí, en este punto, el
conflicto dejó de ser un simple reclamo
sindical para pasar a ser una lucha que
ponía en tela de juicio todo el sistema
de contrataciones de mano de obra
barata de los Estados Unidos, y eso no
podía ser tolerado por la burguesía ni
por el Estado a su servicio ni por sus
cómplices, la burocracia sindical de la
AFL-CIO. Los mecanismos del Estado
burgués se ponían en movimiento contra
esta amenaza creciente.
Hace ya varios años (desde 2000)
que la compañía, en coordinación con
la policía estatal de Carolina del Norte,
mantiene organizada su propia guardia
de seguridad, que en realidad funciona
dentro de la planta para el control y la
humillación de los trabajadores, y fuera
de ella como parapoliciales que atacan
y amenazan a los activistas en sus propias
casas. En 2004, una trabajadora y
activista latina, acusada falsamente de
querer quemar la planta, fue detenida
y encarcelada… ¡dentro de la misma
fábrica! Sí, Smithfield tiene su propio
centro de detención. La impunidad de
este régimen fascistoide es inconcebible:
a estos trabajadores no se les otorga
ni el más elemental de los derechos
democrático-burgueses.
Cuando esta fuerza de «seguridad»
interna ya no es suficiente, interviene el
Estado policíaco de Bush (y de la oposición
demócrata) enviando al Departamento
de Inmigraciones. En julio de
2007, uno de los líderes de la lucha y que
intentaba organizar sindicalmente a sus
compañeros es llamado a la oficina de
personal porque, según cuenta: «había
llegado tarde cuatro minutos en dos
oportunidades en el mes, aunque una de
ellas tenía justificativo médico», y se le
comunica que será despedido. Frente a
su negativa, la empresa le dice que se «ha
detectado» que no tiene los papeles en
regla (diferencias en los números de su
seguro social) y que se verá obligada a
informar al Departamento de Inmigraciones.
Comenzó así una verdadera cacería
de brujas: en agosto de 2007, 24 trabajadores
fueron literalmente arrancados
de sus camas por una redada organizada
por la empresa y Migraciones
que movilizó 1.000 agentes. Nadie supo
del paradero de estos trabajadores, que
se presume fueron deportados, aunque
esto no se confirmó. Nos enfrentamos
a los peores males del Tercer Mundo
en el corazón del primero.
Esta política fascista no sería posible
sin la complicidad de la burocracia
sindical de la AFL-CIO y del sindicato
UFCW (por sus siglas en inglés, el Sindicato
de Trabajadores de Alimentos y
Comercio), organizaciones sindicales
cuyos dirigentes son cómplices y participes
necesarios de este atropello, todo
sostenido y avalado por el Partido
Demócrata.
Gene Bruskin es el principal burócrata
que desde la UFCW ha impulsado
la llamada «justicie Smithfield».
Este mismo burócrata, en medio de la
lucha en noviembre de 2006, específicamente
el 18 (dos días después de la
primera huelga) emitía un comunicado
de prensa sobre las reincorporaciones
que decía:
Nos alegra que la compañía haya
hecho lo correcto y reconocido que
estaban equivocados en cómo estaban
aplicando estas medidas. El hecho de
que se hayan sentado y negociado
sobre las preocupaciones de los trabajadores
es un ejemplo del tipo de procesos
que beneficia a todos, a la empresa,
a la comunidad y a los empleados,
permitiendo resolver las diferencias.
Ésta es una ruptura histórica en la
larga historia de confrontación e intimidación
de Smithfield Packing’s contra
sus trabajadores en Tar Heel.
Claramente la burocracia asimilaba
el impacto de la lucha, pero a su vez
le tendía la mano a la patronal para
transformar el triunfo parcial de los trabajadores
en una violenta contraofensiva
que se haría sentir en 2007. Durante
todo el año la burocracia se negó a
organizar nuevas huelgas ni piquetes
en las 29 plantas que la compañía tiene
en todo el país, ni siquiera en Tar Heel,
que es la planta principal. Se limitó a
organizar actos simbólicos en la puerta
de distintos supermercados, llaman-
do a los consumidores a no comprar
productos de Smithfield mientras, por
otro lado, mantenía un silencio criminal
frente a los secuestros y persecuciones,
que en realidad no son ni más
ni menos que terrorismo de Estado. La
UFCW teme hacer enojar a la patronal,
ésa es la lógica de la cobardía burocrática.
Durante 2008 la lucha entró en un
impasse, producto de la violencia desatada
por la patronal, el gobierno y la
burocracia, que en un acuerdo permanente
e indisoluble contra la clase obrera
ponen en movimiento todas las
fichas con que cuentan. Esto es lucha
de clases con toda su crudeza. Así lo
han comenzado a entender los trabajadores
y es probable que veamos en el
futuro inmediato enfrentamientos más
duros y violentos. En este marco se
desata la actual crisis financiera-económica
que plantea nuevos desafíos a
la lucha de los trabajadores.
EN LA MÁS DIFÍCIL
DE LAS SITUACIONES
La pregunta a responder es: ¿por
qué una de las clases obreras más numerosas
y poderosas del mundo –porque
es la clase obrera del mayor imperialismo
y produce al más alto nivel capitalista–
se encuentra en una situación
objetiva y subjetiva tan difícil?
La primera explicación que encontramos
es que la clase obrera norteamericana
sufrió una durísima derrota
en la década del 90 que provocó un
retroceso enorme en las condiciones
laborales, fundamentalmente en el
aumento del ritmo de producción.
Las grandes huelgas de los mineros,
controladores aéreos y empleados públicos
de la década del 80 no habían frenado
la ofensiva patronal de Reagan.
Pero durante el gobierno de Clinton los
trabajadores vivieron, al igual que el
conjunto de la economía, un boom salarial
que aquietó las aguas. Cuándo este
boom llegó a su fin las grandes compañías
retornaron al acostumbrado ajuste.
En junio de 1998 los obreros de la
Delphi Automotive System, la autopartista
más grande del mundo, salieron a
la huelga durante casi dos meses para
resistir los despidos masivos, la reducción
de salarios y el aumento de los ritmos
de producción. General Motors
había despedido en cinco años 65.000
trabajadores, y planificaba otros 50.000
para el siguiente lustro. La dirección
traidora de la UAW (United Auto Workers),
poderoso sindicato de la AFLCIO
liderado por Richard Shoemaker,
firmó finalmente vergonzosos acuerdos
que avalaron los despidos a cambio de
un aumento miserable en las indemnizaciones.
Desde esa derrota la clase
obrera norteamericana no levantaba la
cabeza. En esta nueva oleada de conflictos,
que comenzó en 2006, los trabajadores
parten de más atrás.
Las grandes automotrices, que
muestran claros signos de decadencia
y que en los últimos veinte años han
visto como las empresas japonesas con
autos pequeños y económicos avanzaron
sobre el mercado local, descubrieron
con estupor que en «julio de 2007
por primera vez las empresas extranjeras
vendieron en los Estados Unidos
más autos que las locales». Cómo no
podía ser de otra manera, las variables
de ajuste son irremediablemente las
conquistas obreras. En este caso, los
gigantes automotores fueron por dos:
el seguro de salud que la patronal exige
quede privatizado bajo control del sindicato,
en donde ella haría un aporte
del 70% (es decir un 30% menos que
hoy), y la exigencia de «dos niveles»
salariales, es decir, que los trabajadores
que recién ingresan cobren menos
que los ya contratados. Aunque los
obreros aceptaron estas condiciones,
eso no garantizó (porque no existía ningún
compromiso al respecto) que no se
produjeran nuevos despidos, y así fue.
Los trabajadores de las grandes
empresas están en una situación defensiva,
teniendo que decidir entre aceptar
las nuevas condiciones contractuales
o quedar en la calle. Las compañías
amenazan con irse a otro país si los
trabajadores no aceptan sus condiciones.
El primer resultado de esta ofensiva
patronal no es alentador. La burocracia
de la Delphi aceptó, en otro
bochornoso acuerdo, una reducción
salarial del 40% en la hora de trabajo
y la reducción del número de trabajadores
sindicalizados de 18.000 a 1.600
en los próximos cinco años. La patronal
no deja márgenes para la negociación.
En la actual situación las grandes
compañías han anunciado despidos
masivos y la suspensión de los nuevos
emprendimientos por falta de financiamiento.
DESDE MÁS ABAJO
Con respecto a la evolución de la
organización de los trabajadores, ¿que
relación podemos establecer entre estos
dos procesos, el del proletariado blanco
por un lado y el latino por otro, que
resultan a simple vistas paralelos y contradictorios?
En primer lugar, que los trabajadores
latinos y negros están mostrando
una mayor iniciativa y predisposición
para la lucha. Han descubierto que son
indispensables para el funcionamiento
de la industria básica norteamericana
y están perdiendo el miedo.
«Cuando te empujan contra la pared
tenés dos opciones: o te caés sobre tus
rodillas o peleás», dice Bhairavi Desai,
líder del sindicato de taxistas de Nueva
York, una mujer nacida en la India que
emigró con sus padres cuando era una
niña y que en pocos años agrupó a 8.000
taxistas en una organización que ya ha
generado varias huelgas y provocado más
de un dolor de cabeza a distintos alcaldes
de la ciudad. Ella es una «organizadora»
al estilo del sindicalismo norteamericano.
Es cooptada por el sindicato y se dedica
a resolver los problemas cotidianos de los
afiliados, desde multas a conflictos mayores.
La cuestión no es si pertenece a la
burocracia, sino que existe un grado de
inquietud tal que hace fácil lo que hace
algunos años parecía imposible.
En segundo lugar, que las negociaciones
de las grandes compañías indican
la decadencia definitiva de la vieja
burocracia, incapaz de garantizar las
condiciones de vida de la clase obrera
blanca, que siempre había mantenido
una relación de privilegio con respecto
al resto. ¿Significa esto una ruptura
de los trabajadores con la burocracia?
No lo sabemos, pero si la pelea se vuelve
más dura, como la situación general
indica, los trabajadores blancos deberán
pensar en alguna alternativa
De los dos procesos, hoy el más
dinámico es la organización de base en
los nuevos sectores de la clase obrera.
Pero debemos detenernos en el factor
subjetivo para comprender cabalmente
en que sentido los obreros están
en peor condición. Su dirección sindical,
la burocracia de la AFL-CIO, apéndice
incondicional de un partido burgués
imperialista como el Demócrata, es una
verdadera pesadilla para los trabajadores,
un enemigo que trabaja desde las
entrañas, que paraliza, debilita, ahoga
fatalmente. Y su decadencia, que se hace
más evidente cada día, la hace aún más
peligrosa.
Trotsky nos enseña que:
Hay una característica común, en
el desarrollo, o para ser más exactos en
la degeneración, de las modernas organizaciones
sindicales de todo el
mundo; su acercamiento y su vinculación
cada vez más estrecha con el poder
estatal… El capitalismo monopolista
no se basa en la competencia y en la
libre iniciativa privada sino en una
dirección centralizada. Las camarillas
capitalistas que encabezan los poderosos
truts, monopolios, bancas, etc.,
encaran la vida económica desde la
misma perspectiva que lo hace el poder
estatal, y a cada paso requieren su colaboración.
A su vez, los sindicatos de las
ramas más importantes de la industria
se ven privados de la posibilidad de
aprovechar la competencia entre las
distintas empresas. Deben enfrentar un
adversario capitalista centralizado, íntimamente
ligado al poder estatal. De
ahí la necesidad que tienen los sindicatos
–mientras se mantengan en una
posición reformista, o sea de adaptación
a la propiedad privada– de adaptarse
al Estado capitalista y de luchar
por su cooperación. A los ojos de la
burocracia sindical, la tarea principal
es la de «liberar» al Estado de sus ataduras
capitalistas, de debilitar su
dependencia de los monopolios y volcarlos
a su favor. Esta posición armoniza
perfectamente con la posición
social de la aristocracia y la burocracia
obreras, que luchan por obtener
unas migajas de las superganancias del
imperialismo capitalista […] Al transformar
a los sindicatos en organismos
del Estado, el fascismo no inventó nada
nuevo: simplemente llevó hasta sus
últimas consecuencias las tendencias
inherentes al imperialismo
Poder barrer de las organizaciones
obreras a la burocracia sindical, el surgimiento
de nuevas formas de organización
y la construcción de partidos
revolucionarios son tareas ineludibles
de la clase obrera. Estas tareas se harán
en la lucha contra la explotación y también
en la lucha democrática contra las
tendencias fascistas del imperialismo.
Porque, como asegura Trotsky:
Los sindicatos actualmente no pueden
ser simplemente los órganos democráticos
que eran en la época del capitalismo
libre y ya no pueden ser políticamente
neutrales, o sea limitarse a servir
a las necesidades cotidianas de la
clase obrera. Ya no pueden ser anarquistas,
es decir que ya no pueden ignorar
la influencia decisiva del Estado en
la vida del pueblo y de las clases. Ya
no pueden ser reformistas, porque las
condiciones objetivas no dan cabida a
ninguna reforma seria y duradera. Los
sindicatos de nuestro tiempo pueden
servir como herramientas secundarias
del capitalismo imperialista para la
subordinación y adoctrinamiento de
los obreros y para frenar la revolución,
o bien convertirse, por el contrario, en
las herramientas del movimiento revolucionario
del proletariado.
LA OFENSIVA IMPERIALISTA
FRONTERAS ADENTRO
Otro elemento de la actual situación
en los Estados Unidos es el ataque
a las conquistas democráticas sufrido
después de 2001.
En Perspectiva Marxista Iinternacional
N° 1 (2004) citábamos de esta
manera a Nahuel Moreno:
Los ideólogos de la burguesía (y
cómo parte de ellos la «izquierda»
oportunista, agregamos nosotros) siempre
han hablado de la democracia en
general para oponerla a la dictadura
en general […] toman en consideración
el régimen interno democrático del país
imperialista y lo relacionan con los
regímenes (totalitarios) de los Estados
obreros o de los países atrasados […]
Este razonamiento es falso, proimperialista
desde la base. No se puede
ni se debe tomar como punto de partida
la comparación de regímenes nacionales,
porque justamente el imperialismo
es un régimen internacional y no
nacional. Al imperialismo norteamericano
no se lo puede definir por el régimen
interno (el existente en Estados
Unidos), sino por el régimen de conjunto,
mundial, de dominio, del cual
el régimen interno norteamericano es
sólo su parte privilegiada. Parte del
régimen imperialista yanqui son los
regímenes de Pinochet, de Somoza o
del Sha de Irán. […]
Con respecto a las libertades democráticas
del propio proletariado metropolitano,
también hay mucho que decir
y discutir. Que lo digan los obreros portugueses
o argelinos en Francia, los chicanos
indocumentados en Estados
Unidos, los turcos en Alemania, los
desocupados, los viejos jubilados o sin
jubilación, la baja cuota de sindicalización
y de organización, las minorías,
etcétera.
A continuación decíamos lo siguiente:
A estas alturas cabe definir que,
encarado así, el régimen yanqui es un
régimen fascista en cuanto su política
internacional. Pero no sólo eso, internamente
está dando un brusco giro
hacia un régimen bonapartista totalitario.
Bush hijo, después del 11 de septiembre,
no perdió tiempo en aplicar
medidas represivas internas excepcionales
y convocó a los más notorios personajes
fascistoides para construir un
organismo centralizado de seguridad.
Su fin será controlar cualquier movimiento
interno de oposición […] La
nueva legislación yanqui, votada por
amplia mayoría en el Parlamento después
del 11 de septiembre, define como
acciones terroristas « la ocupación ilegal
o los daños causados a los equipamientos
públicos, medios de transporte
público, infraestructuras, lugares
públicos, así como a la propiedad», y
también a los «actos de violencia urba-
na». O sea que abre el camino para
reprimir violentamente cualquier
acción combativa de la clase obrera, las
minorías (negros, latinos) y cualquier
otro sector explotado y oprimido del
pueblo norteamericano.
No hay todavía en Estados Unidos
un régimen fascista, pero sí se han
desarrollado ya fuertes elementos bonapartistas
y algunos fascistas: desde las
detenciones masivas de árabes e islámicos
a los que se les niegan las tradicionales
garantías democráticas hasta
el campo militar de concentración de
Guantánamo […]
Hoy podemos agregar que, a pesar
de que el proyecto bonapartista de
Bush sufrió un serio revés en el último
año por causa del fracaso de la campaña
militar en Irak, producto de una
resistencia heroica y persistente, los
avances que pudieron ser consolidados
por su gobierno no volverán atrás, y
todo indica que no serán cuestionados
por los demócratas si ganan las elecciones.
En pocos meses, durante 2007, los
principales referentes de los «halcones
», comenzando por el secretario de
Estado, Rumsfeld, fueron desplazados
de los puestos claves del Ejecutivo por
otros con una imagen un tanto más
moderada. El triunfo parlamentario de
los demócratas y la popularidad creciente
de su candidato presidencial
dejaron al gobierno con poco margen
para desarrollar un proyecto que apuntaba
a ampliar significativamente las
atribuciones del presidente. Pero esto
no nos debe confundir, las diferencias
entre los sectores de la burguesía imperialista
acerca del rumbo de la guerra y
del régimen interno no significan que,
en la medida que les sea posible, no tengan
un acuerdo estratégico en el sometimiento
de su propia clase obrera y de
las minorías. Nadie cede terreno ganado
si no es obligado por la fuerza. Las
duras condiciones que la burguesía ha
podido imponer a sus trabajadores no
volverán atrás salvo que una lucha unitaria
y tenaz pueda ser llevada adelante.
Barak Obama o Jhon McCain serán
la correa de transmisión de intereses
económicos monopólicos, que podrán
estar enfrentados a veces entre sí, pero
que tienen un plan estratégico común
ineludible, la creciente explotación de
los trabajadores norteamericanos para
salir de la crisis, y si éstos luchan no
dudarán en enfrentarlos con represión.
Los trabajadores norteamericanos
tienen una larga tradición de combatividad
sindical, pero siempre han tenido
que lidiar con dos escollos de grandes
proporciones. En primer lugar, su
atraso político que los ha convertido en
la base social del Partido Demócrata y
que ha impedido el desarrollo de alternativas
políticas clasistas. En segundo
lugar, la dirección histórica de la burocracia
de la AFL-CIO que suma en su
haber una lista interminable de traiciones
de todo tipo. Como por ejemplo, ser
furgón de cola de cuanto político demócrata
les ofrezca alguna migaja de
poder.
Podemos afirmar entonces que «no
existe todavía en los Estados Unidos un
régimen fascista», pero los avances
sobre la clase obrera y las minorías (en
los últimos años especialmente la latina)
con leyes discriminatorias, prácticas
represivas, persecuciones, secuestros,
deportaciones, son un salto de
calidad, no sólo en el deterioro de las
condiciones de vida, sino también en
el atropello a los más elementales derechos
democráticos, y que la crisis actual
profundizará esa tendencia.
Decíamos en 2004:
Hay una lucha dentro mismo de los
Estados Unidos, cuyo desenlace dependerá
de si un sector de las masas norteamericanas
aprovecha las contradicciones
interburguesas para salir en
defensa de las libertades democráticas
hoy seriamente avasalladas.
Hoy la tendencia a la descomposición
del capitalismo sigue golpeando
sobre el nivel de vida de las masas que
comienzan a resistir con grandes limitaciones.
Hemos podido observar que en los
últimos años, y más contundentemente
desde 2006, los nuevos trabajadores,
en especial los latinos, han iniciado un
proceso de organización que merece
ser tenido en cuenta. Cientos de organizaciones
sindicales nuevas han surgido
en todo el país, incluso en lugares
donde jamás había existido esta iniciativa.
No sabemos si este proceso podrá
ser controlado por la burocracia, pero
el fenómeno está en marcha, y en el
marco de la decadencia imperialista y
la crisis económica queda planteada la
perspectiva de un enfrentamiento creciente.
Por otro lado, esta organización
podrá tener características sindicales o
de transitorios reclamos económicos,
pero la profundidad de la crisis desatada
nos hace prever que el feroz ataque
contra las conquistas y las condiciones
de vida sobre las masas será, quizás,
el más duro que los trabajadores
norteamericanos hayan vivido en su
historia. Y esto planteará la necesidad
de elevar esas peleas económicas a
luchas políticas contra el sistema de
conjunto.
Podemos decir que los trabajadores
de Smithfield, por su persistencia y
coraje, son un ejemplo de las luchas
que la clase obrera norteamericana
deberá librar en los próximos años.
Confiamos firmemente en ellos.
FUENTES
Moreno, Nahuel, La dictadura revolucionaria
del proletariado.
Perspectiva Marxista Internacional N° 1,
2004.
The Militant (organización trotskista norteamericana),
Themilitant.com
The New York times, 15-6-06
The Wall Street Journal, 23-3-07.
Trotsky, León, Sobre los sindicatos, Buenos
Aires, Ediciones Pluma,1974.
www.smithfieldjustice.com.
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