jueves, 15 de enero de 2009

Apéndice: Trotsky y los sindicatos

APÉNDICE

Entrevista de León
Trotsky con un
organizador de la CIO

En
el libro Sobre los sindicatos de
Trotsky se publica «entrevista con un
organizador de la CIO», de septiembre
de 1938. Por su extraordinario valor
didáctico para comprender la realidad
de la clase obrera norteamericana
incluso 70 años después, incluimos
algunos fragmentos de esta entrevista.
En setiembre de 1938 Trotsky recibió
en su casa de México la visita de
un funcionario de la CIO de los Estados
Unidos. Se tomó nota taquigráfica
de la discusión. Precedida de una corta
editorial firmada por «Cruz», un seudónimo
de Trotsky, «la parte de la discusión,
que podía ser de interés general
» apareció en El Boletín de la Oposición
en ruso de noviembre de 1938.
En la transcripción no se usaron nombres.
El funcionario sindical norteamericano
se identificaba simplemente
como «A» y «un activista extranjero de
la Cuarta Internacional», en realidad
Trotsky, como «B».)


A: La política de nuestro sindicato
tiene por objeto impedir el desempleo
total. Logramos que el trabajo se reparta
entre todos los miembros del sindicato
sin reducción de la paga por hora.
B: ¿Y qué porcentaje de sus salarios
anteriores reciben sus obreros?
A: Alrededor del 40%.
B: ¡Pero eso es monstruoso! ¿Han
logrado una escala móvil de horas de trabajo
sin variación de la paga de hora?
¡Pero eso significa simplemente que el
peso total del desempleo recae con toda
su fuerza sobre los mismos obreros! Liberáis
a los burgueses de la necesidad de
gastar sus recursos en los desocupados
haciendo que cada obrero sacrifique tres
quintos de su salario total.
A: Hay algo de cierto en eso. ¿Pero
qué se puede hacer?
B: ¡No es que haya «algo de cierto»,
es totalmente cierto! El capitalismo norteamericano
sufre un mal crónico incurable.
¿Puede acaso consolar a los obreros
con la esperanza de que la crisis
actual tendrá un carácter transitorio y
que en un futuro cercano se abrirá una
nueva era de prosperidad?
A: Personalmente no me hago
muchas ilusiones. En nuestros círculos
muchos comprendemos que el capitalismo
ha entrado en la era de su declinación.
B: Pero entonces esto significa que
mañana vuestros obreros recibirán el
treinta por ciento de sus salarios anteriores.
Luego el veinticinco y así sucesivamente.
Puede que haya mejoras
casuales, hasta es inevitable. Pero la
curva general es de decadencia, de
degradación, de empobrecimiento. Ya
Marx y Engels lo previeron en el Manifiesto
Comunista. ¿Cuál es el programa
general de su sindicato y de la CIO?
A: Desgraciadamente usted no
conoce la psicología de los obreros norteamericanos.
No están acostumbrados
a pensar en el futuro. Sólo les interesa
una cosa: lo que puede suceder ahora,
inmediatamente. Por supuesto que
entre los dirigentes del movimiento sindical
hay quienes tienen claramente en
cuenta los peligros que nos amenazan.
Pero ellos no pueden cambiar de golpe
la psicología de las masas. Se ven limitados
por los hábitos, las tradiciones y
los puntos de vista de los obreros norteamericanos.
No se puede cambiar
todo eso en un día.
B: ¿Está seguro de que la historia
les dará los años suficientes como para
prepararse? La crisis del capitalismo
norteamericano tiene ritmo y proporciones
«norteamericanas». Un organismo
vigoroso que no ha conocido
nunca la enfermedad comienza a deteriorarse
muy rápido en un momento
determinado. La desintegración del
capitalismo significa, al mismo tiempo,
una amenaza directa e inmediata a la
democracia, sin la que los sindicatos no
pueden existir. ¿O usted cree, por ejemplo,
que el mayor Hague*es un accidente?
A: Oh, no, para nada. En el último
tiempo tuve algunas reuniones al respecto
con funcionarios sindicales. Mi
opinión es que ya tenemos en cada
Estado una organización reaccionaria
pronta que, bajo una u otra bandera,
puede convertirse en punto de apoyo
del fascismo a escala nacional. No tenemos
que esperar quince o veinte años.
El fascismo puede cundir entre nosotros
en tres o cuatro.
B: ¿En ese caso cuál es…?
A: ¿Nuestro programa? Entiendo
la pregunta. Es una situación difícil.
Hay que dar pasos trascendentales.
Pero no veo que existan las fuerzas
necesarias o los dirigentes necesarios.
B: ¿Esto significa una capitulación
sin lucha?
A: Es una situación difícil. Debo
admitir que la mayoría de los activistas
sindicales no ven o no quieren ver el
peligro. Nuestros sindicatos, como
usted sabe, han tenido un crecimiento
extraordinario en poco tiempo. Es
natural en los jefes de la CIO el tener
una psicología de luna de miel. Tienden
a considerar con ligereza las dificultades.
El gobierno los tiene calados
e incluso juega con ellos. No tienen el
entrenamiento de una experiencia
anterior. Es natural que estén un poco
mareados. Este agradable vértigo no
conduce al pensamiento crítico. Están
disfrutando el presente sin pensar en el
mañana.
B: ¡Bien planteado! En esto estoy
totalmente de acuerdo con usted. Pero
el éxito de la CIO es temporario. No es
más que un síntoma del hecho concreto
de que la clase obrera de los Estados
Unidos ha comenzado a movilizarse,
ha roto con su rutina, está a la caza de
nuevas vías para escapar del abismo
que la amenaza. Si vuestros sindicatos
no los encuentran se irán a pique.
Hague ya es más fuerte que Lewis, porque
Hague, a pesar de las limitaciones
de su situación, sabe perfectamente lo
que quiere, y Lewis no. La cosa puede
terminar con vuestros jefes recuperándose
de su «agradable vértigo»… en un
campo de concentración.
A: Desgraciadamente la historia
pasada de los Estados Unidos con sus
oportunidades ilimitadas, su individualismo,
no ha enseñado a nuestros
obreros a pensar socialmente. Basta
con decir que a lo sumo un 15% de
los obreros sindicalizados vienen a las
concentraciones. Es como para pensarlo

* Alcalde de la ciudad de Jersey que aplicó
con éxito métodos puramente fascistas contra
las organizaciones obreras.

B: ¿La razón del ausentismo del
85% no será tal vez que los oradores no
tienen nada que decirle a la base?
A: ¡Ajá! En parte es cierto. La situación
económica es tal que nos vemos
obligados a parar a los obreros, a poner
un freno al movimiento. A retirarnos.
Por supuesto que esto no es del agrado
de los obreros.
B: Aquí está la clave del asunto. Los
culpables no son las bases sino la dirección.
En el período clásico del capitalismo,
los sindicatos se encontraban
también en situaciones difíciles durante
las crisis, y se veían obligados a retirarse,
perdían parte de sus miembros,
gastaban sus fondos de reserva. Pero al
menos existía la seguridad de que la
próxima alza permitiría resarcir las pérdidas
y tal vez superarlas. Hoy no existe
la más mínima esperanza al respecto.
Los sindicatos decaerán paso a paso.
Vuestra organización, la CIO, puede
venirse abajo tan rápido como surgió.
A: ¿Qué puede hacerse?
B: Sobre todo hay que decirles a las
masas cómo son las cosas. Es inadmisible
que se juegue a las escondidas. No
dudo de que usted conoce mejor que yo
a los obreros norteamericanos. Sin
embargo permítame decirle que los está
mirando con una óptica vieja. Las
masas son inmensamente mejores, más
atrevidas y resueltas que sus dirigentes.
La misma velocidad del crecimiento de
la CIO demuestra que el obrero norteamericano
ha cambiado mucho con el
impacto de los terribles pánicos económicos
de la posguerra, especialmente
los de la última década. Cuando se
demostró un poco de iniciativa al crear
sindicatos más combativos, los obreros
respondieron inmediatamente con un
apoyo extraordinario, sin precedentes.
No tienen derecho a quejarse de las
masas. ¿Y las ocupaciones de fábrica?
No fueron los dirigentes los que las planificaron
sino los mismos obreros […]
A:¿Y usted qué haría en los Estados
Unidos si fuera un organizador sindical?
B: En primer lugar, los sindicatos
deben plantear correctamente el problema
del desempleo y los salarios, la
escala móvil de horas de trabajo, como
la que tienen ustedes, es correcta: todos
deben tener trabajo pero la escala móvil
de horas de trabajo debe completarse
con la escala móvil de salarios. La clase
obrera no puede permitir una reducción
continua de su nivel de vida, porque
eso equivaldría a la destrucción de
la cultura humana Hay que tomar
como punto de partida los promedios
de paga semanal más altos del período
previo a la crisis de 1929. Las poderosas
fuerzas productivas creadas por los
obreros no han desaparecido ni han
sido destruidas. Allí están. Los que las
controlan son los responsables del
desempleo. Los obreros saben y quieren
trabajar. Debe dividirse el trabajo
entre todos los obreros. La paga semanal
de cada obrero no debe ser menor
que el máximo obtenido en el pasado.
Ésa es la exigencia natural, necesaria e
impostergable para los sindicatos. Si no,
serían barridos como trastos viejos por
el desarrollo histórico.
A: ¿Es factible ese programa?
Implica la ruina segura del capitalismo.
El mismo podría apresurar el crecimiento
del fascismo.
B: Claro que este programa significa
lucha y no postración. Los sindicatos
tienen dos posibilidades. Una es
maniobrar, retroceder, cerrar los ojos y
capitular poco a poco para que no se
«enojen» los patrones o no «provocar»
a la reacción. Ese fue el método con el
que los socialdemócratas y los dirigentes
sindicales alemanes y austríacos trataron
de salvarse del fascismo. Usted
conoce el resultado: se cavaron su propia
fosa. La otra es comprender el
carácter inexorable de la actual crisis
social y encabezar la ofensiva de las
masas.
A: Pero todavía no me ha contestado
la pregunta sobre el fascismo, o
sea el peligro inmediato que los sindicatos
hacen pender sobre sus propias
cabezas al plantear demandas
radicales.
B: No lo olvidé ni por un instante.
El peligro fascista ya está planteado,
aun sin que aparezcan las demandas
radicales. Surge de la decadencia y
desintegración del capitalismo. Es cierto
que la presión de un programa sindical
radicalizado puede fortalecerlo
temporariamente. Hay que proponer la
creación de organismos especiales de
defensa desde ahora. ¡No hay otro
camino! No se puede escapar al fascismo
con la ayuda de leyes democráticas,
resoluciones o proclamas, como no se
puede escapar a una brigada de caballería
con la ayuda de notas diplomáticas.
Hay que enseñarles a los obreros
a defender, armas en mano, su vida y
su futuro de los matones y pistoleros
del capital. El fascismo crece muy rápido
en una atmósfera de impunidad. No
cabe la menor duda de que los héroes
fascistas se retirarán con el rabo entre
las patas cuando se den cuenta de que
por cada una de sus brigadas los obreros
están prontos a lanzar dos, tres o
cuatro de las suyas. La única forma de
salvar las organizaciones obreras, e
incluso de reducir al mínimo las pérdidas,
es crear a tiempo poderosas organizaciones
obreras de autodefensa.
Ésta es la principal responsabilidad de
los sindicatos si no quieren perecer
ignominiosamente. ¡La clase obrera
necesita una milicia obrera!

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