El reformismo de izquierda
y la crisis económica
En estos días, la prensa de las corrientes
«progresistas» y de «izquierda»
es prolífica en frases de condena al
capitalismo y en proclamaciones del
tipo: «la única salida es el socialismo».
Hasta hace poco, sin embargo, sus ataques
se centraban contra el «neoliberalismo
y la «globalización». Para el lector
desprevenido, están diciendo lo
mismo, pero es necesario hilar más fino
porque, como dijo Lenin, «un milímetro
de diferencia en la teoría lleva a kilómetros
de diferencia en la práctica».
Se llamó «globalización» y «neoliberalismo
» a la ofensiva de los países
imperialistas para demoler las barreras
arancelarias y jurídicas que estorbaban
el libre movimiento de sus capitales. El
ataque era contra los Estados obreros y
muchas semicolonias que protegían sus
economías para que no quedaran a
merced de la «oligarquía financiera»
imperialista. Parte de esta ofensiva era
privatizar el sector estatizado de esas
economías semicoloniales y restaurar el
capitalismo en los Estados obreros.
Otra parte era destruir las conquistas
económicas y sociales logradas por los
trabajadores: bajar el salario, destruir
los convenios laborales y acabar con el
«Estado de bienestar»: privatizar la
salud y la educación llevando a la ruina
a los hospitales, escuelas y universidades
públicas, acabar con los planes de
vivienda barata financiados por el Estado,
etcétera.
¿Había que luchar contra esta ofensiva
de la burguesía y el imperialismo?
Por supuesto. ¿Dónde estuvo, entonces,
la trampa de los reformistas? En
no denunciar sistemáticamente que,
desde el surgimiento del imperialismo,
la «globalización» y el «neoliberalismo
» son inherentes al sistema en su
conjunto. Siempre que la lucha de clases
se lo permitió, por ejemplo, inmediatamente
antes e inmediatamente
después de
los imperialismos impusieron «globalizaciones
» y «neoliberalismos» a escala
mundial. No haber dicho esto convirtió
a los programas de lucha contra
la globalización y el neoliberalismo que
levantaron los reformistas en una capitulación
a las alas supuestamente
«humanitarias» del imperialismo: la
socialdemocracia europea, Clinton y su
Partido Demócrata,
Olivo en Italia, etcétera, etcétera. La
manifestación «orgánica» de esta capitulación
fueron los elogios o –lo que es
lo mismo – la concurrencia y/o apoyo
crítico a los Foros de São Paulo y Porto
Alegre, por donde se paseaba, como
figura estelar, la viuda de Miterrand,
el fallecido «premier» socialdemócrata
del imperialismo francés.
Otra manera en que el «capitalismo
democrático y humanitario» se tragó a
los reformistas fueron las Organizaciones
No Gubernamentales (ONG). Ideadas
por la burguesía para desviar a los
jóvenes rebeldes de la lucha revolucionaria,
las ONG cumplieron esa función
a las mil maravillas. Era mucho más
fácil y menos arriesgado irse a desem-
petrolar pingüinos a
militar para destruir el sistema capitalista,
causante de cuanto desastre ecológico
se abate sobre el planeta.
Uno de los peores casos de esta asimilación
al régimen burgués es el papel
de prácticamente todos los partidos de
izquierda en las organizaciones piqueteras.
Éstas nacieron con un gran potencial
revolucionario en
argentina, pero en esa oportunidad fueron
efímeras porque se circunscribieron
a una región, y la clase derrotada no
entró en escena. Después del colapso
económico y de las acciones semiinsurreccionales
de diciembre de 2001, que
derrocaron al presidente De
abrieron un vacío de poder de la burguesía
(se sucedieron cinco presidentes
en un mes), se produjo una masiva desocupación
que dio origen a muchos grupos
piqueteros. Quienes los integraban
cortaban las rutas exigiendo algún tipo
de subsidio estatal para no morirse de
hambre. Hábilmente, Duhalde –el presidente
que finalmente quedó a cargo del
país – instrumentó un subsidio miserable
pero masivo: el «Plan Trabajar». Los
«punteros» –caudillos barriales de los
partidos burgueses –, los intendentes
municipales y sectores de la burocracia
sindical se hicieron cargo de repartir los
Planes Trabajar, para lo cual generaron
ONG dedicadas a huertas comunitarias,
microemprendimientos industriales,
cooperativas de vivienda y otras actividades
de ese tipo. De esta manera fueron
desactivando sin prisa pero sin
pausa la protesta de los desocupados.
Con las migajas que sobraban de esos
Planes Trabajar, el gobierno compró a
prácticamente todas las organizaciones
de izquierda de
sus propios grupos piqueteros
y se dedicaron a repartir la beneficencia
del Estado burgués. Muchos de ellos hoy
basan sus finanzas en la administración
de los subsidios del Estado argentino, más
otros subsidios provenientes de la socialdemocracia
europea, el Consejo Mundial
de Iglesias y otras instituciones del «capitalismo
humanizado». Y como «no es la
conciencia la que hace la vida sino la vida
la que hace la conciencia»…
Para que no se crea que es un fenómeno
exclusivamente argentino basta
con señalar que la izquierda de todo el
mundo tomó a los piqueteros argentinos
como paradigma de cómo deben
actuar los «nuevos movimientos sociales
» o la «sociedad civil», fórmulas útiles
para sacar de la escena a la revolución
socialista, a la encargada de llevarla
a cabo –la clase obrera –, a los
métodos a emplear –la huelga general
y la insurrección – y al partido leninista
imprescindible para la victoria.
Por eso, compañero lector, no se
deje engañar por la verborragia «socialista
» y «anticapitalista» que llena las
páginas de la prensa «progresista» y
«de izquierda». Estudie la trayectoria
de esas corrientes, y si es la que hemos
descripto, sepa que no son revolucionarias,
son reformistas.
Otro tanto se puede decir del «antiimperialismo
» que proclaman estas organizaciones,
que renació después de un
largo olvido cuando los yanquis invadieron
Irak. Pero antes de que le tocara el
turno a Irak, estuvo la invasión a Yugoslavia,
ejecutada primero bajo la fachada
de las Naciones Unidas y sus «tropas de
paz» (los «cascos azules») en Bosnia, y
luego por
largo de esta prolongada agresión, la casi
totalidad de la «izquierda» mundial se
acopló como furgón de cola al tren imperialista,
poniendo todo el peso de sus
denuncias en las violaciones, torturas y
asesinatos de los partidarios de Milosevic,
el presidente yugoslavo (que sin duda
existieron, pero también las hubo en los
bandos que se le oponían). ¡Los sacrosantos
«derechos humanos» eran atacados
por el «nuevo Hitler»! ¿Y el imperialismo?
Para estas corrientes traidoras
no era el enemigo principal sino un aliado
táctico con el cual había que actuar
codo a codo para terminar con el tirano
genocida. Algunas incluso defendieron
el «derecho de los musulmanes» (financiados
y armados a escondidas por los
yanquis) a gobernar Bosnia, a pesar de
que los creyentes en Alá no eran la
mayoría sino sólo la primera minoría de
la población bosnia. Así fue como organizaron
la «Campaña de Ayuda Obrera
a Bosnia», que llevó ayuda humanitaria
a la región ¡bajo la protección de los tanques
de
bombardearon Serbia, en especial
su capital, Belgrado, para «defender el
derecho a la autodeterminación» de los
albano-kosovares, estas organizaciones
continuaron con su política traidora.
Defendieron a los guerrilleros albanokosovares,
también armados y financiados
por los yanquis, y levantaron como
política «Ni OTAN ni Milosevic» o «Ni
bombardeos ni Milosevic», la cual significaba
declararse neutrales en una agresión
e invasión a un débil país atrasado
por un poderosísimo país imperialista o,
lo que es lo mismo, apoyar a este último.
¿Por qué estas corrientes tuvieron
la «valentía» de volverse «antiimperialistas
» cuando Bush hijo invadió
Irak? Porque contaban con la «autorización
» de la socialdemocracia europea,
que se opuso a la invasión –cosa
que no había ocurrido con Yugoslavia –
para que sus propios imperialismos no
se vieran desplazados de Medio Oriente
por los yanquis.
Por eso, compañero lector, no se
deje engañar por la verborragia «antiimperialista
» de estas organizaciones. Estudie
su trayectoria, y si es la que hemos
descripto, sepa que no son revolucionarias,
son reformistas.
Hemos dado estos ejemplos para
mostrar que de nada valen el «anticapitalismo
» y el «antiimperialismo» tardíos,
sobre todo si aparecen como caídos
del cielo, en un estado de pureza
celestial, sin ninguna revisión ni autocrítica
sobre lo que se dijo y defendió
durante más de una década.
Volvamos ahora a eso de «un milímetro
en la teoría…», porque ese «milímetro
» –que a veces es un año luz–
explica las traiciones pasadas, y allí se
incuban los gérmenes de las traiciones
futuras. Vamos a referirnos exclusivamente
al artículo «Crisis y contradicciones
del “capitalismo del siglo XXI”»
(Estrategia Internacional Nº 24), de
Juan Chingo, un dirigente del Partido de
los Trabajadores por el Socialismo (PTS)
de
el PTS sea lo más desfachatadamente
capitulador que hay en
Hay otros grupos mucho más descarados;
por ejemplo, el Movimiento Socialista
de los Trabajadores (MST), que se
alió con lo más rancio de la oligarquía
rural en el reciente conflicto entre la burguesía
agropecuaria y el gobierno por
quién se quedaba con las superganancias
originadas por el colosal aumento
especulativo de los precios de la soja y
otros granos (la burguesía las quería para
engordar sus bolsillos, y el gobierno…
¡para pagar la deuda externa!).
El PTS tiene el mérito de reeditar
copiosamente a Trotsky y emplea el lenguaje
más «revolucionario» de la
izquierda reformista argentina. Pero
justamente por eso su prédica es mucho
más engañosa, la que más confunde y,
por ende, la que con más energía debe
ser desenmascarada y combatida por
los revolucionarios. Una razón adicional
es que Juan Chingo y otros dirigentes
del PTS, a diferencia de los escritores
de las demás corrientes –que no
hacen más que repetir frases mal digeridas
de los clásicos marxistas– son
gente estudiosa, que documenta profusamente
lo que escribe, sumando así el
engaño teórico al político.
Entre los grandes grandes ausentes
del artículo de Chingo están, ¡ni más ni
menos!, los monopolios. En el cuerpo
central de su texto, la palabra «monopolio
» no existe; para él, no son los
monopolios los responsables de la crisis
económica*. Si para Chingo los
monopolios no tienen nada que ver con
esta crisis, menos aún tienen que ver
los propietarios de los monopolios
que, para Lenin, constituían una oligarquía
financiera. La palabra «oligarquía
» aparece en su artículo una
sola vez, como «oligarquía financieroinmobiliaria
». ¿Y los otros sectores de
la oligarquía financiera? ¿Donde están
los dueños de los monopolios industriales
y comerciales? ¿Dónde están los
dueños de los monopolios financieros
que, en lugar de especular con las hipotecas,
lo hicieron con los swaps, las
acciones, lo precios a futuro de las commodities
–alimentos, petróleo, minerales–,
etcétera? Ausentes sin aviso.
En síntesis, el artículo de Chingo no
es marxista porque no tiene un correcto
análisis de clase de esta crisis económica
ni de ese puñado de billonarios
o trillonarios, que son responsables de
ella. Lo cual, traducido a términos políticos,
es una no denuncia del sector
dominante –a nivel mundial– de nuestro
enemigo de clase, la burguesía, o –lo
que es lo mismo– una capitulación a él.
Como no podía dejar de ocurrir,
también está ausente el otro polo de la
lucha revolución socialista-contrarrevolución
burguesa: la clase obrera y el
movimiento de masas. No lo está desde
el punto de vista histórico. Cuando
Chingo trata de explicar el «boom» de
posguerra, dice que
fue una excepcionalidad histórica
[…] sólo posible por la enorme destrucción
de fuerzas productivas acumuladas
durante el período previo a la guerra, así
como fundamentalmente por
Guerra Mundial misma […]
[…] las altas tasas de crecimiento
y la fuerte recuperación de la tasa de
* En realidad, el término aparece una vez, pero
sólo cuando se refiere al «monopolio tecnológico
[…] de los países centrales», es decir, no a las
empresas monopolistas que, para Lenin, son la
clave económico-social para definir al imperialismo.
El término «monopolio» sí aparece muchas
veces en un Apéndice referido a la «exacerbación
de la competencia», pero eso no arregla nada, porque
la exacerbación de la competencia es un resultado
–y mecanismo de propagación– de la crisis,
no su causa fundamental.
ganancia que vivieron los principales
países imperialistas en esos años se
dieron luego de una destrucción colosal
de fuerzas productivas, causada primero
por la crisis del 30 y luego por la
Segunda Guerra Mundial […]
Éste es un típico análisis economicista:
la lucha de clases está totalmente
ausente; el «boom» «sólo fue posible»
porque en el 30 hubo una crisis y la
Segunda Guerra destruyó fuerzas productivas.
Más adelante, Chingo reproduce
un texto de otro analista y sólo
entonces –¡finalmente!– descubre que
Lo único que nos queda por agregar
a esta excelente explicación […] es
que otra de sus condiciones de posibilidad
fue el rol contrarrevolucionario
que jugó el stalinismo [que «contuvo»]
las tendencias revolucionarias que se
dieron en la inmediata posguerra (énfasis
nuestro).
Chingo olvida que «en la inmediata
posguerra» el estalinismo no pudo –aunque
quiso– «contener» la revolución
socialista en China ni en el Este de Europa
ni en media Corea, lo que significó la
expropiación del imperialismo y la burguesía
para un tercio de
Donde sí pudo hacerlo, como ya hemos
dicho, fue en Italia y Francia, dos de los
seis países imperialistas más importantes
del mundo, donde un triunfo de
la revolución casi seguro habría culminado
en su extensión, como mínimo, a
toda Europa continental. La traición
estalinista no fue, pues, un simple «agregado
» a las causas económicas, sino el
factor fundamental para el «boom» de
la economía capitalista.
Este mismo método economicista se
pone de manifiesto cuando Chingo trata
de explicar por qué la tasa de ganancia
baja constantemente desde el fin del
«boom» pero vuelve a subir desde
mediados de los 80, y pega otro salto a
partir de 1990. Ni la derrota de la heroica
huelga de los mineros ingleses a
manos de
huelga de los controladores aéreos a
manos de Reagan, ni la derrota de la
revolución polaca a manos de Jaruzelsky,
Reagan,
II, ni la contrarrevolución social que
hizo la burocracia estalinista cuando
restauró el capitalismo en
Europa del Este… para Chingo ninguno
de estos hechos gigantescos de la
lucha de clases –cuyo desenlace a favor
de la burguesía sólo puede explicarse
por las traiciones de las direcciones políticas
y sindicales de nuestra clase– tuvo
demasiado que ver con la recuperación
de la tasa de ganancia de los capitalistas.
Sí, le da importancia a China, pero
exclusivamente por su peso económico.
Cuando se acuerda de la lucha de
clases, Chingo habla tímidamente del
«retroceso de las décadas pasadas».
Pero no fue un simple «retroceso». Los
que hemos citado son los hitos más
importantes de una derrota colosal que
sufrió el movimiento obrero mundial al
perder las más importantes conquistas
que había logrado en las siete décadas
que transcurrieron desde
Rusa de 1917 hasta mediados de
1980. No fue, por tanto, solamente una
derrota económica; fue ante todo una
tremenda derrota político-social, un
triunfo de la contrarrevolución a escala
mundial que dejó paralizada a la
clase obrera durante casi veinte años.
Si algo caracteriza a Chingo, a su
partido y a la totalidad de los oportunistas
es no decirle la verdad a los trabajadores
ni a sus militantes. La mayoría
de estas corrientes sostiene que la
restauración del capitalismo en los
Estados obreros no fue una derrota sino
un triunfo, porque «cayó el estalinismo
». Unas pocas son más cautelosas y
ambiguas, pero ninguna llama a las
cosas por su nombre.
¿A qué obedece esta conducta? A
nuestro entender, a dos factores.
Uno de ellos es la integración de los
oportunistas al régimen democrático burgués,
lo que los lleva a capitular a la «opinión
pública» de la pequeña burguesía
democratista. ¿Cómo decir que lo de
Rusia fue una catástrofe si cayó un régimen
totalitario y brotaron las sacrosantas
«libertades democráticas»? Ningún
trabajador razonaría de esa manera si la
patronal destruyera su sindicato burocrático.
Ningún obrero diría: «Ahora
estoy mejor porque cayó la burocracia».
Pero ¡qué le vamos a hacer! así piensan
–mejor dicho sienten– los pequeñoburgueses,
y por eso no pueden ni quieren
decirles la verdad a los trabajadores.
El otro factor es el carácter burocrático
de las propias organizaciones
oportunistas. Cuando triunfó el nazismo
en Alemania, Stalin proclamó que
era lo mejor que podía haber pasado
porque eso ponía la lucha de clases al
rojo vivo y había quedado clara la traición
del «socialfascismo» (la socialdemocracia).
Trotsky explicó que semejante
disparate obedecía a que el burócrata
tampoco puede decirles la verdad
a sus militantes. Si uno dice que sufrimos
una derrota, «la base» y muchos
cuadros se desmoralizan y abandonan
la actividad y la organización. Así sucede,
efectivamente, y los revolucionarios
no nos asustamos por eso. Pero para el
burócrata lo más importante es mantener
la organización, o sea, el aparato,
y por eso miente. Salvando las distancias
entre un Stalin y los pichones de
burócratas que lideran las actuales
organizaciones oportunistas, la razón
de la mentira es la misma.
No ubicar la derrota de la clase obrera
internacional como factor central de
la recuperación de la tasa de ganancia
de los capitalistas impide entender que
esa enorme masa de plusvalía que así
extrajo la burguesía es lo que generó la
sobreacumulación de capital, y que ésta,
a su vez es la causa central de la crisis
económica en curso. Al no hacer esto,
Chingo y su partido, aunque lancen sistemáticamente
toda clase de improperios
contra las direcciones reaccionarias
del movimiento obrero y de masas, ocultan
la responsabilidad histórica de esas
direcciones por las calamidades que esta
crisis arroja cada vez más sobre los trabajadores
y los pobres.
Y de esta manera se cierra el ciclo:
los «milímetros de diferencia en la teoría
» se han convertido en una abismal
diferencia en la práctica. Los reformistas
no dicen que la crisis y sus espantosas
consecuencias para los trabajadores
son culpa del enemigo de clase más concentrado,
los monopolios, y de los agentes
de la burguesía en el movimiento
obrero, las direcciones traidoras. Los
revolucionarios sí lo decimos.
HÉCTOR ERGENTO
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